El miedo que nos enseñó la Seguridad Nacional. A propósito del 23 de enero

El miedo que nos enseñó la Seguridad Nacional. A propósito del 23 de enero

Una de las historias inolvidables que me contaba mi abuela era la referente a su participación en el 23 de enero de 1958.

Ese día su trabajo dentro de la clandestinidad consistía en trasladar unas cajas de municiones de un sitio a otro, eran pocas, las que pudiera cargar sin llamar demasiado la atención, ella las llevaba en su cartera como que se trataba de cualquier cosa, lo que hace interesante la historia es que camino a la entrega la detuvo un guardia y le pregunto: -¿qué lleva en la cartera?-. Mi abuela, sin saber que contestar replicó un inocente: - Balas-. El guardia, que de pronto no la escuchó o no le importó, sólo le contesto un: -¡Adelante!. Esta pequeña anécdota siempre iba acompañada por cierto espanto, el temor a ser capturada y encerrada; y es que el monstruo de la Seguridad Nacional era parte de la pesadilla diaria de mi familia.

Para no hacer largo el cuento, los hermanos de mi abuela estaban en el exilio escondidos y otros habían sido llevados "a interrogar". Siendo una niña que crecía en una prometedora democracia me era difícil imaginar qué podía provocar esa intranquilidad en la voz de mi abuela y qué significaba eso de "Seguridad Nacional"

LA SEGURIDAD NACIONAL

Seguridad Nacional, 1958

La División de Seguridad Nacional fue un organismo de seguridad y orden del Estado Venezolano que funcionó desde 1938 a 1958, se encargaba, principalmente durante el Gobierno de Marcos Pérez Jiménez, de investigar, obtener información, detener y/o asesinar a las personas que se mostraran como contrarios al régimen.

Aunque tuvo varios directores, el más conocido fue Pedro Estrada, un policía que fingía cierto refinamiento y que nunca pagó por los crímenes cometidos. Otros conocidos torturadores fueron Luis Rafael Castro “El Bachiller” y Miguel Silvio Sanz “El negro”, José Manuel Hernández Sandoval "el Loco" y José Manuel Polachini, entre otros muchos.

Numerosos venezolanos fueron apresados y torturados por la SN. German Carrera Damas por ejemplo, ofrece testimonios sobre la desnutrición, como dormía y vivía en un suelo frio y húmedo, otros personajes como Enrique Planchard, Octavio Lepaje o Teodoro Petkoff cuentan la sangrienta tortura del rin, las descargas eléctricas en los testículos o el convertirse en cenicero humano cuando apagaban los cigarros en los senos de las torturadas, así como la negación a la atención médica, que obligaba a confesar a cualquiera cosas que ni sabían. Además de la negación de juicios y del legítimo proceso.

Uno de los testimonios más estremecedores es el de Clarisa Sanoja, recogido por Mariafernanda Fuenmayor y Paola Tintori:

Una noche nos llevaron a lo que hoy es El Junquito, a mí con otros tres, medianoche, una casa enorme que tenía pilares, nos amarraron a los pilares, apuntándonos para que habláramos. (…) Cuando tú tienes muchas horas montado en el rin, se te van inflamando los pies y se iba metiendo el filo del rin, que es de metal, se te abre una zanja. Yo estuve en el rin parada, yo aquí y Simón Alberto Consalvi a mi lado. El fuete en la cara, la fractura de mi nariz es por eso, la luz era otra tortura, te ponían una luz, el muérgano de Silvio Sanz, que era uno de los grandes torturadores me dijo a mí: ¡Qué lástima doctora, con sus ojos tan bellos, como los va a perder por no hablar!

Enrique Planchard por su parte, cuenta como fue llevado a la Seguridad Nacional a finales de 1957, capturado por los esbirros de SN junto con otros 140 estudiantes fue golpeado y arrastrado pero lo peor para él fue la tortura psicológica a la que se vio sometido:

Como a los tres días de estar allí, en la noche, suenan pitos, todo el mundo a levantarse en ropa interior a formarse en el patio. En el patio estaba el famoso bachiller Castro, seleccionaba tres estudiantes y se los llevaba, a la mañana siguiente llegaban los tres muchachos que se habían llevado destrozados. Como a la semana volvía a sonar el pito, (…) Volvían a formarnos y a seleccionar tres a la mañana siguiente estaban los tres muchachos allí, no se los habían llevado, era para meter miedo.

CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE GUASINA

Un conocido escritor deltano me comentó una vez, como cuando era niño, veía pasar por el caño Mánamo los pequeños barcos que llevaban a los presos a Guasina.

La isla de Guasina, ubicada en el Delta del Orinoco, más que una isla es una ciénaga llena de zancudos y alimañas, con una humedad del 100% a 40 grados. La cárcel funcionaba desde 1939 pero es a partir de 1951 que se transforma en un campo de concentración para presos políticos, los primeros presos: 446 fueron trasladados desde las distintas cárceles del país, este campo de concentración funcionará hasta 1953.

Dos libros de José Vicente Abreu retratan el horror de las cárceles del tiempo de Pérez Jiménez: Se llamaba SN (1964) y Guasina, donde el río perdió las siete estrellas, (1969) en ellas describe cómo fue vivir bajo el gobierno del dictador, cómo era Guasina, también las torturas y los trabajos forzados a los que eran obligados los presos.

Otras cárceles que funcionaron bajo el dominio de la SN fueron la de Barcelona y la de Ciudad Bolívar, además de las dos sedes de Caracas, una en El Paraíso y la otra en La Plaza Morelos.

MÁS ALLÁ DEL RECUENTO HISTÓRICO

El gobierno de Pérez Jiménez si bien, logró la construcción de grandes obras de infraestructura lo hizo por encima de las libertades individuales y de la sangre de muchos venezolanos, ¿son acaso las obras de infraestructura más importantes que los seres humanos?

Pérez Jiménez aplicó durante años esa idea, hizo creer a los venezolanos (y aun algunos lo creen), que sus construcciones eran más valiosas que la libertad y para aquellos que ponían en duda esta idea, los hacía cambiar de parecer por medio de la fórmula del miedo.

Linchamientos durante el 23 de enero de 1958

La fórmula del miedo es usada por todos los regímenes totalitarios y no pocos democráticos, el miedo a perder lo que se tiene, el miedo al castigo o a la tortura, el miedo a la tumba o a la muerte. El castigo que se realiza en un individuo es muy productivo para el totalitarismo, puesto que no sólo afecta al castigado y a su familia sino que disuade al resto de la población de un comportamiento semejante. La tortura siempre va más allá del torturado, su medio es el miedo y la coacción, su fin mantenerse en el poder. Así el cuerpo del torturado se extiende a la sociedad toda, y ese temor restringe más que cualquier otra cosa. La tortura psicológica suele ser más efectiva que la tortura física, sin embargo la primera necesita de la última para funcionar.

Así la búsqueda de la justicia y la libertad, en una sociedad torturada se vuelve intrascendente para la mayoría, pues los individuos ceden su propia humanidad, a favor de la sobrevivencia. Los ciudadanos se vuelven temerosos y por lo tanto incapaces de ejercer el poder. Sin embargo, como bien explica Foucault este juego de la tortura, funciona para la temerosa sociedad, pero no para el torturado, pues entre el verdugo y el torturado se establece la idea de superación de una serie de pruebas en las que el verdugo sólo gana si logra doblegar al torturado que triunfa en la medida en la que resiste las torturas.

No parece justo achacar todas las culpas de nuestro miedo a la Seguridad Nacional, pues mucho nos enseñó también La Rotunda y seguramente otras que ahora se me escapan, valdría la pena echar mano a la resistencia del torturado para no dejarnos doblegar y recordar que la madre del progreso es la libertad, libertad que aun cuando suene a eslogan publicitario, solo es alcanzada cuando somos capaces de superar el miedo.