Identidad narrativa y Justicia poética*

Identidad narrativa y Justicia poética*

IDENTIDAD NARRATIVA

“Hubo un tiempo en que los héroes de historias éramos todos perfectos y felices al extremo de ser completamente inverosímiles. Un día vino en que quisimos correr tierras, buscar las aventuras y tentar la fortuna, y andando y desandando de entonces acá, así hemos venido a ser los descompuestos sujetos que ahora somos, que hemos dado en el absurdo de no ser absolutamente ficticios, y de extraordinario y sobrenaturales que éramos nos hemos vuelto verosímiles, y aun verídicos, y hasta reales... ¡Extravagancia! ¡Aberración! ¡Como si así fuéramos otra cosa que ficticios que pretendemos dejar de serlo! ¡Como si fuera posible impedir que sigamos siendo ilusorios, fantásticos e irreales aquellos a quienes se nos dio, en nuestro comienzo u origen, una invisible y tenaz torcedura en tal sentido!... Yo -¡palabra de honor!- conservo el antiguo temple ficticio en su pureza. Soy nada menos que el actual representante y legítimo descendiente y heredero en línea recta de los inverosímiles héroes de Cuentos Azules de que ya no se habla en las historias, y mi ideal es restaurar nuestras primeras perfecciones, bellezas e idealismos hoy perdidos: regresar todos –héroes y heroínas, protagonistas y personajes, figuras centrales y figurantes episódicos- regresar, digo, todos los ficticios que vivimos, a los Reinos y Reinados del país del Cuento Azul, clima feliz de lo irreal, benigna latitud de lo ilusorio.”

Así comienza “El cuento ficticio”, texto del escritor venezolano Julio Garmendia (1898-1977) realizado antes de 1927[1]. Me voy a basar en este texto para efectuar un pasaje por la identidad narrativa y mostrar la manera en que la postura de Ricoeur[2] con relación a la identidad puede emplearse, no en un texto novelesco como acaso sería su deseo sino en una historia breve, un cuento de cuatro páginas. Haré una exposición sobre lo que pienso con relación al cuento y la novela, y tomaré partido por el cuento en cuanto a la identidad, sin que ello implique un rechazo de la novela como expresión prolongada y construida de la identidad.

Ricoeur amplía el ámbito de la identidad y, en contra o más bien ampliando las ideas de identidad de la cultura filosófica anglosajona, reconoce dos momentos de la identidad que juegan papel muy importante en el momento total de la identidad del individuo.[3] Quiero en este texto apuntar el escrito de Julio Garmendia para mostrar la manera en que la identidad narrativa propuesta por Ricoeur se desempeña en un momento literario. En las primeras palabras del cuento está dicho el propósito o problema de la narración: el cuento ficticio que se ha alejado de su carácter puede perder su condición de ficticio y caer en otra. La mismidad se está perdiendo y la ipseidad recurre al nombrarse para recuperarla. Es bueno señalar que la identidad narrativa es mediadora entre los polos de la mismidad y de la ipseidad y que el relato (cualquier relato, ficticio, real) somete esta identidad a variaciones imaginativas.[4] No es el personaje quien ha dejado de ser un carácter en el cuento. Lo que se da en el texto de Garmendia es un temor a la pérdida, es una ida hacia la discordancia que es sentida y pensada por el personaje, el cual es, por supuesto, el cuento ficticio. Hay una ida lúcida hacia la discordancia, mas no por ello aceptada. Es un saber que se está cayendo en el polo opuesto, en la ipseidad, en la discordancia, en la diversidad. Es una queja por este alejamiento: “...una puesta al desnudo de la ipseidad por la pérdida de soporte de la mismidad”, como diría Ricoeur.[5]

Tenemos así que el personaje (el cuento ficticio) toma conciencia de su problema, es decir, de la pérdida de ficción a que está expuesto. Esta pérdida de ficción es una pérdida de mismidad. Debe entonces recurrir a la ipseidad, al nombrarse, al decirse yo soy esto, para tratar de no perder del todo lo que le es propio, su inverosimilitud. Lo interesante dentro del juego dialéctico que tiene lugar es que acaso nunca podamos tener una respuesta al problema, como es mi opinión que no existe tal en el caso de la identidad personal. El personaje, en el cuento de Garmendia, finaliza la narración, luego de dar un catálogo de sus caracteres y de su supuesta importancia, así: “Por lo cual me regocijo en lo íntimo del alma, me inclino profundamente delante de Vosotros, os sonrío complacido y me retiro de espaldas haciéndoos grandes reverencias...”.

El problema queda sin solución, así como sin solución queda el problema de la identidad. Ricoeur enriquece la literatura sobre la identidad, sobre el yo; da pasos que pertinentes acerca de la identificación, o de la suposición de que la identidad tiene que ver o está relacionada con o puede pensarse como una narración. Narramos o alguien narra, a lo largo de nuestra vida, nuestra identidad, o mejor dicho, vamos construyendo o alguien construye nuestra identidad en la medida en que ella es narrada. Y esa narración es diversa e idéntica, ipseidad y mismidad, discordancia y concordancia, sólo que lo que es idéntico, mismidad, concordancia, se nutre de lo discordante para de esa manera irse construyendo permanentemente.

JUSTICIA POÉTICA

Que una historia pueda ser vehículo que amplíe la capacidad de juzgar del individuo, no es algo nuevo en este mundo: y nadie debe ponerlo en duda. Sostengo que la literatura es formadora, aun cuando reconozco que no tiene la obligación de serlo. Sin dudas, alguien que se ha puesto en contacto con cierta literatura puede o debería tener una capacidad mayor que aquellos que no lo han hecho. Quien haya entrado en esa amplia zona de relaciones, prejuicios, amores y desamores, soledades y dichas de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, es posiblemente más capaz de hablar sobre el ser humano que aquel que jamás ha penetrado en esa urdimbre. La literatura nos prepara para la vida. De eso no cabe la menor duda. Sin embargo, pienso que Martha Nussbaum, acaso por una exigencia académica, desoyó otras voces.[6] Todo el arte es una preparación para la vida. La novela, el cuento, la poesía, la música, el teatro, la danza proponen contactos con la sensibilidad que amplían nuestra manera de captar eso que llamamos realidad y, en consecuencia, la manera de pensarla y actuar ante ella.

Es cierto que novelas como Tiempos difíciles (Dickens) e Hijo nativo (Wright), así como el poemario Hojas de hierba**,** (Whitman), constituyen momentos sublimes de la naturaleza humana que propician una apertura hacia zonas en muchos casos poco frecuentadas.[7] Sin embargo, otras modalidades no deben pasarse por alto. Una persona capaz de sentir una obra de arte (una pintura de Tiziano por ejemplo) puede estar más preparada para hablar sobre la vida y tomar partido adecuadamente que otra incapaz de hacerlo. Esto no es un rechazo a la propuesta de Nussbaum. Es solamente una ampliación de ella. Y en cuanto al hecho de privilegiar a la novela, como lo hace Nussbaum, creo que es una posición excesiva relacionada con la cultura –o con la moda. Privilegiamos la novela sobre otra narración porque suponemos que ella nos da una imagen más fiel de la realidad vivida. Pero el cuento es una parte más estructural e íntima de la vida, porque su respiración repite la respiración de la vida y por ello mismo la representa más y mejor. El cuento es fragmento, es un momento especial. Y la vida está hecha de esos momentos. Nadie piensa toda su vida, piensa momentos. Nadie puede construir toda su vida; si acaso construye, construye momentos. Esos momentos son el cuento. Ricoeur es precavido en Sí mismo como otro: habla de narración. Nussbaum, en Justicia poética, se refiera a la novela –y a un tipo muy especial. Algo, quizás un prejuicio le impide ver que la novela es una ligadura de cuentos. Ricoeur habla del personaje que es su propia historia. Pienso diferente al respecto. Ese personaje apenas conoce su historia, apenas puede lograr ser su propia historia, porque ella depende en mucho de otros. De hecho, mi historia es una (o varias) que yo imagino y acaso cuentan otros, o que imagino desde los otros. Apenas soy una parte de ese tejido de la imaginación colectiva que va construyendo mi historia... Ello me permite decir, ya en otro ámbito, que el que lee algo es el que hace y que el que escribe propone ciertas condiciones para el hacer.

EL SUEÑO DEL YO

Dentro del laberinto de ficciones que ha creado el hombre (las instituciones jurídicas, políticas y sociales, por ejemplo), tal vez la más sublime sea la identidad. Su movilidad es notoria; su necesidad incesante. Por ello a cada momento nombramos, a los demás, a nosotros, a sabiendas de que cuando lo hacemos puede aparecer por instantes el otro, el que está más allá y es pensado, pero nunca el sí mismo. Soy porque soy en el otro y el otro es porque es en mí, pero ni él ni yo parecemos capaces de usar con propiedad esa cláusula furtiva que es el yo. Nuestra salud, con todo, necesita de la identidad. ¿Cómo vivir sin pensarnos idénticos?

Toda identidad es una narración. Mejor: la identidad nace por la narración. El Estado no existe a menos que sea narrado. Y su existencia es tan débil que a cada momento le inventamos nuevas historias, temerosos de que pueda desaparecer. La vida en pareja, la familia es una narración: cuentos y cuentos que se sobreponen, complementan, niegan. El amor, por supuesto, es otra narración; y lo es la amistad, el trabajo, el adiós.

Causa vértigo, con todo, como le causó al soñador soñado de “Las ruinas circulares”, imaginar que otro está narrando –y crea- nuestra identidad.

OBRAS CITADAS

GARMENDIA, Julio. La tienda de muñecos. –Caracas: Monte Avila Editores, 1985.

NUSSBAUM, Martha. Justicia poética.. –España: Editorial Andrés Bello, 1997.

ROICOEUR, Paul. Sí mismo como otro. –México: Siglo veintiuno editores.1996.

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NOTAS

* Nombre de un seminario dictado por Argenis Pareles en la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela.

[1] Julio Garmendia fue un escritor avanzado dentro de la literatura latinoamericana –y mundial. Inicia el llamado “Cuento Fantástico” y es precursor de nuestros más importantes narradores, Borges entre ellos. Publicó dos libros de cuentos: La tienda de muñecos y La tuna de oro. Su importancia dentro de la literatura apenas ahora comienza a ser reconocida.

[2] Las categorías de la identidad que sirven de base para este trabajo las explora Ricoeur en Sí mismo como otro, Siglo veintiuno editores, España, 1996.

[3] Estos momentos son identidad como mismidad (idem, semejanza fiel) y como ipseidad (ipse, cobertura propia, lo que va definiendo, nombrarse). El carácter constituye una superposición del idem y el ipse. En realidad, toda identidad es un juego dialéctico entre idem e ipse, para Ricoeur. Cuando la mismidad se fortalece, triunfa el carácter. Cuando se diluye, la ipseidad comienza a realizar un llamado a la mismidad, porque su triunfo absoluto sería la pérdida de la mismidad y, por lo tanto, su propia pérdida ya que estaríamos en ausencia de identidad. Idem e ipse se entretejan para crear la identidad. El ipse llama al idem cuando ve que hay pérdida de identidad.

La norma inglesa viene de Locke para quien la identidad es algo que se logra por medición de momentos. Sé que soy este, debido a que en dos momentos distintos me recuerdo como este. Locke no logra decir lo que pudiera suceder durante el sueño, cuando la continuidad es interrumpida por el no recuerdo. Hume habla de la imposibilidad del Yo, ya que lo busca y jamás lo encuentra. Ese yo huidizo es llamado por Ricoeur a través de una identidad que no es sustancial, por supuesto, sino que tiene que ver con la manera como es narrada. La identidad del individuo tiene mucha relación con aquella que se logra en una narración (una novela por ejemplo). Ricoeur sostiene que nuestra identidad es la narración que hacemos de ella; y que la pérdida o ganancia obtenida guardan relación directa con la mismidad e ipseidad, sin que esto quiera decir que la ipseidad constituya una pérdida. La ipseidad es un momento más de la identidad. Momento en que el sujeto se llama a sí mismo para reconocerse.

Derek Parfit reconoce un solo momento de la identidad. En él identidad y mismidad son una misma cosa. La posición de Ricoeur, por supuesto, es mucho más amplia y permite una mayor apertura de la identidad.

[4] En el relato se da una identidad dinámica que privilegia la diversidad. La idenrtidad dinámica es compaginación de identidad y diversidad. La dialéctica de concordancia y discordancia está inscrita en la mismidad y la ipseidad.

[5] Paul Ricoeur, Op. cit., p. 149.

[6] La postura de Nussbaum abre un interesante camino a la literatura como complemento de la racionalidad en el momento de juzgar una vida, bien sea en el campo legal, bien en el de las relaciones humanas habituales, bien en el de la educación. Nussbaum sostiene que la literatura, específicamente la novela –y no toda novela- posee condiciones de valor que pueden acrecentar la visión del mundo de quien la lea y por ello mismo hacerlo más apto para emitir un juicio.

[7] Pensemos en un utilitarista actual. Sólo la ecuación costo-beneficio entra en juego cuando juzga. Y esa es una manera pobre de pensar.