La tolerancia al mal

El 27 de agosto de 1811 el Supremo Congreso de los Estados Unidos de Venezuela decretaba la ley para la creación de un millón de pesos en papel moneda. Los billetes estaban sustentados en las rentas que recibía el gobierno y fueron grabados en una matriz de madera hecha a mano. En ellos podía verse el escudo de armas de Venezuela, con el número 19 en el centro emulando la fecha del abril reciente y otro sello con un árbol y un barco que señalaba: Pena de muerte al falsificador, ese detalle de la sentencia es el que nos interesa, pues este, nuestro primer billete como República ha sido tal vez el papel moneda más falsificado de nuestra historia, no obstante nadie fue condenado a la pena de muerte por el crimen de falsificarlo.

Dos pesos de Venezuela, 1811.

Lo que pretendo señalar con este recuerdo histórico es que para nosotros el mal es como un grandioso prisma, que en lugar de alumbrarnos nos consume; el mal nos abruma con sus dificultades, no sólo por su esencia, sino por las inquietas aguas de la relatividad en las que podemos ahogarnos; así que comprenderemos el mal aquí como aquello que choca con el consenso y beneficio de la sociedad organizada, y altera el orden de esta, evitando y contraponiéndose al desarrollo de las capacidades individuales que finalmente favorecen a la mayoría.

Cómo no considerar minuciosamente cuál es la relación que establecemos entre lo que como sociedad deberíamos hacer y lo que en la práctica como individuos hacemos, más allá de las consideraciones habituales sobre las leyes y su cumplimiento.

La tolerancia al mal se refiere a un mecanismo que proviene de nuestra concepción del mundo y de cómo estimamos al otro. Examinemos un momento la tolerancia: esta se refiere a sufrir algo que no nos agrada, algo con lo que no estamos de acuerdo, pero que, sin embargo, por respeto al otro, lo colocamos a un lado y lo aceptamos puesto que "respetamos" al otro. Visto así, tolerar el mal es una contradicción, ¿cómo podemos, basados en el respeto al otro, soportar aquello que no está bien, aquello que va en contra de nosotros mismos? Pero es que no es lo mismo no estar de acuerdo con algo, que tener comprensión de que algo no está bien, es decir, de que ese algo viola y corroe las normas que necesitamos para vivir en sociedad. (No es lo mismo aceptar las expresiones de una religión que permitir que en nombre de esa religión se humille o mate a seres humanos). Es allí donde nuestra visión de lo que es respeto y de lo que rompe la norma se confunde y nos juega muy sucio.

Luis Bisbal, Marcos Pérez Jiménez, Maiquetía llegada al ser extraditado desde Estados Unidos 1963

Pero no todo es culpa nuestra, no es que nacimos así maltrechos, niños barrigones sin faja que los corrija, no. Empecemos por comprender que no somos niños, no obstante nuestra sociedad, a lo largo de su brevísima historia, se ha topado con un grupo bastante elevado de actos que refuerzan esa tolerancia al mal, el rompimiento de la norma como conducta, como en el caso de los militares que se levantan contra las instituciones establecidas con la excusa de que es lo mejor para el pueblo, o la inexistencia de actos que aseguren una alianza entre la sociedad y el gobierno por medio de la justicia, como el escape y asilo de Marcos Pérez Jiménez, que espero por un juicio hasta 1963 para recibir una condena de cuatro años y así otros muchos casos que todos conocemos.

De esta forma se ha ido estableciendo no una alianza sino una complicidad que permea desde el gobierno y llega hasta el ciudadano permitiéndole establecer sus propios sistemas de sobre-existencia. Hemos establecido un diálogo en el que se instauran las cláusulas de un contrato que se rige por las máximas de: "en la medida en que yo soy tolerante a tu mal, tú lo serás al mío".

Por ejemplo, si un fiscal de tránsito es comprensivo con nuestra imprudencia al pasarnos una luz roja, nosotros podemos ser tolerantes con su deshonestidad y aceptamos su soborno; confinados a esa mecánica de intercambios deshonestos permitimos el establecimiento de estructuras de poder imaginarias que radican en la fuerza y no en la dignidad.

Una de las características del mal es su increíble capacidad de disfrazarse. Ese intercambio de mal por mal, pasa a ser en la cotidianidad un recurso y nos vamos adaptando a fijar esas alianzas de permisividad, basados en esto la categorización de los crímenes se desvanece (desde la mediocridad del profesor hasta el asesinato), puesto que todos forman parte del contrato establecido, por lo que los ciudadanos se acostumbran a manejar el mal dentro de sus propios parámetros de clases o guetos sin darse cuenta de que cómodamente saltarían de un parámetro a otro, pues la tolerancia ya está dada.

¿Qué tan bueno será para una sociedad descubrirse inmune a un mal como este, cuando más que protegida parece que ha cedido a un ritmo que le han impuesto?