La ofensa de los retratos

No se trata de defender a determinados actores o de acusar a otros. Se trata de considerar qué pasa en nuestro entendimiento como ciudadanos con la remoción de ciertas obras pictóricas de los espacios de la Asamblea Nacional.

Somos dados a las pasiones y estas suelen devenir un profundo sentimiento de idolatría hacia aquellas cosas que amamos, porque nos hacen sentir pertenencia, no por conocimiento en sí de la cosa, sino porque “creemos” que nos atan entre nosotros y nos hacen dueños de cierto “acervo histórico”, sin considerar realmente si somos dueños o sólo somos esclavos de este acervo, en lugar de ser parte.

Pero ¿en qué lugar nos coloca esto? ¿Qué significan para nosotros esas obras? ¿Cuál es el significado que le damos a los retratos del Libertador o de Hugo Chávez o de cualquier personaje?

El problema de los símbolos

Nuestras consideraciones sobre los retratos de Bolívar o de Chávez son guiados por nuestros sentimientos -como decíamos antes- de pertenencia-. Las representaciones gráficas son un recordatorio de esa pertenencia y por lo tanto de ciertas ideas que se establecen dentro de ese proceso.

Los cuadros, las obras de arte, como señala Gadamer en su obra La actualidad de lo bello, cumplen un papel representativo, son símbolos, pero no son la persona en sí, por lo que no son conmemorativos ni objetos de adoración, puesto que no son la existencia de la persona.

Tessera hospitalis (Latina)

Los símbolos son experiencias. Para los griegos símbolo (tessera hospitalis) era una especie de dije de los enamorados o media medalla; una pequeña tablilla de arcilla que era otorgada por el anfitrión a su invitado, cada uno conservaba un pedazo y tenía la función de reconocer a los familiares del invitado cuando estos regresaran a esa casa muchos años después. Al juntar los pedazos servía como una forma de reconocerse, y se sostenía en la experiencia que juntos habían compartido: anfitrión e invitado, por lo que permitía a los descendientes reclamar la experiencia de esa amistad.

La bandera nacional, por ejemplo, es un símbolo del país, pero no es el país en sí, sólo es el reclamo de la experiencia del país. Les recuerda a los demás –Oye, yo soy de allí. Y quien pueda sentirse identificado con esa experiencia abrazará las mismas ideas que el portador.

Así, los símbolos no son la cosa en sí misma, sino acercamientos a la cosa. Perdonen que insista tanto en esto pero, entonces, si es así, ¿podemos profanar un símbolo?

La profanación implica la presencia de “algo” que es sagrado, de origen divino o relacionando con la divinidad y que no es tratado con la veneración y el respeto correspondiente, por lo tanto sólo es posible profanar objetos que se relacionan con Dios, o los dioses. El respeto y la veneración son constituidos por la consideración que se otorga a alguien, sólo aplicable a los seres vivos y en el caso de los humanos a sus restos, puesto que una de las características que nos hace humanos es el cuidado que tenemos ante el cuerpo sin vida de otra persona. No podemos irrespetar una mesa o unas cortinas, puesto que no tienen vida; pero podemos profanar un altar, puesto que, para los creyentes, tiene una relación directa con Dios.

Una de las características de los símbolos es su capacidad para exponer algo que es universal y particularizarlo. Volvamos al ejemplo de la bandera, artículo que expone el universal del país, es decir, encierra en sí la representación de todo lo que es el país, lo que ha sido y lo que será; y lleva al individuo a reconocer en ese pequeño pedazo de tela lo que para él representa esa nación. Este reconocimiento es particular, pues se establece a partir de las experiencias del individuo. Lo que represente la bandera de determinado país para mí, no es lo mismo que representa para usted, pero siempre es el recordatorio de ese país. Es a través del símbolo que nos reconocemos.

Las transformaciones del rostro de la historia

La historia también tiene sus representaciones y esa es una de las maneras en las que fijamos las experiencias relevantes en nuestra consciencia, y transformamos personas o hechos en símbolos de forma más o menos colectiva. La carga histórica establece puntos de coincidencia entre los habitantes que los hace comunes. No obstante, dichas cargas históricas se establecen después de mucho tiempo y el momento de formación de estas cargas puede ser conflictivo, una explosión en un mundo pequeño.

La iconografía de Simón Bolívar es numerosa, como todos sabemos. Artistas como el peruano José Gil de Castro, Gilbert Kepper en 1826 o los dibujos realizados por Francoise Desiré Roulin y por José María Espinosa, ambos en 1828. Existe incluso un pequeño medallón de autor desconocido que lo retrató cuando tenía 16 años. Estas obras ciertamente no serán tan fieles como una fotografía, sin embargo, las consideramos ciertas porque el tiempo las ha hecho pasar por un filtro que nos señala que son verdaderas; no solo porque comparten el aval de los artistas que las realizaron y que lograron trascender, sino además porque forman parte de nuestra memoria colectiva, es decir, se tornaron en símbolos. Bolívar ha adquirido la simbología del héroe que lucha por la libertad de su país y en nuestro colectivo significa eso: Libertad y cierto sentimiento de nación, así la herencia de Bolívar es en realidad lo que significa para nosotros, no es un tío cariñoso o un amigo de la familia. Las representaciones gráficas de él son irremplazables, puesto que el artista murió y su modelo también, y la experiencia que hizo posible la obra no puede repetirse. Por lo tanto, su representación abarca estos conceptos abstractos y universales.

Rey Ricardo III, Inglaterra

La reconstrucción facial forense de Bolívar hecha en 2012 fue realizada por el Laboratorio de Visual Forensic, en Barcelona, España. Este procedimiento se realiza utilizando diversos software que indican a los patólogos y artistas cuales son los pasos a seguir para la reconstrucción de los rasgos faciales, y pueden ejecutarse reconstrucciones realistas, escultóricas o virtuales. Este tipo de imágenes, que cada día se usan más no sólo en la ciencia forense sino en los estudios históricos, permiten darle un rostro actualizado al personaje, y aunque cuentan con el aval de la ciencia, aún no cuentan con el aval de la historia, puesto que lo razonamos como aproximaciones al rostro que conocemos. Estas reconstrucciones no se han transformado en símbolos en nuestra consciencia, sobre todo porque podemos reproducirlas a nuestro antojo, por lo que carecen de significado para nosotros. Por eso no se sustituye el retrato de Ricardo III en la National Portrait Gallery por la reproducción de su reconstrucción facial.

No obstante, las fotografías de Hugo Chávez forman parte de nuestra memoria histórica inmediata, por lo tanto, aún no son símbolos sino sólo representaciones de un pasado reciente, puesto que la experiencia aunque colectiva está poblada de particularidades, y necesitamos de varias generaciones para que se transformen en símbolos y ocupen el lugar de un concepto abstracto. Su representación ahora es mero recordatorio de algo que conocimos, y se sostiene sobre sentimientos particulares, no es, todavía, una idea que llamaremos común.

En este terreno de lo simbólico está la acción de “sacar” de la Asamblea Nacional las reproducciones de Hugo Chávez y las de la reconstrucción facial de Bolívar. No son la persona de Bolívar o de Chávez, sino meras representaciones suyas.

Pero aun cuando es una acción llena de simbolismo, considerarla como un irrespeto o una profanación nos coloca en el plano de la experiencia religiosa. Los símbolos son imprescindibles para los hombres, pero eso no debe alejarnos del ejercicio de nuestra propia consciencia.