¿Nos acercamos al final?

¿Nos acercamos al final?

Desde hace ya varios años se ha instaurado en la cotidianidad venezolana el tema de la crisis y con éste la consabida pregunta que hoy nos sirve de título. Esta pregunta se presenta, también, bajo otras fórmulas bien conocidas: ¿Se acerca el final? ¿Cuánto falta? ¿Estará la salida a la vuelta de la esquina? ¿Por qué no se ha producido? ¿Qué falta? Son interrogantes que suelen surgir de manera casi natural cuando se escuchan frases de connotadas figuras afirmando con una sospechosa clarividencia que la situación económica es insostenible, que el actual sistema está agotado, que esto no aguanta más y otras tantas expresiones que sugieren que estamos llegando al final de algo. Y no quiero se me malinterprete, no apoyo las colas, ni las medidas que profundizan distorsiones fundamentales; pero me preocupa que un número importante de venezolanos observen ese final como un fin en sí mismo.

La posición de quienes así piensan adolece de la visión de aquellos para quienes el actual estado de cosas marca sólo un inicio, un punto de inflexión para consolidar un proyecto. Y viceversa, ellos podrán argumentar que la crisis actual es el resultado trampas y cortapisas de quienes le son contrarios para impedir la realización de su proyecto. Tirios y troyanos venezolanos son incapaces de ver la crítica situación del país desde una perspectiva de helicóptero. Sus propias preocupaciones, inmediatas y mediatas, les enceguecen. El gobierno se esfuerza en conseguir un salvavidas dentro de un océano de adversidades para sortear lo que ha etiquetado como guerra económica y la oposición no consigue consolidar una sólida e incrementada unidad que le facilite acelerar su marcha hacia su ansiado final. Embarcados en la búsqueda de estos derroteros, ambas partes no ven la necesidad de escarbar bajo la superficie de lo evidente y preguntarse ¿Cuáles son las dificultades de fondo que impedirán a unos y otros la consolidación de sus agonales propósitos? La respuesta yace peregrina en el terreno de los valores. Ganar la denominada guerra económica pasa por sumar como aliados a los privados, a quienes se ha excluido por no compartir determinados valores; y la unidad de la oposición, y más particularmente tanto la consolidación como el crecimiento de esta, requiere que los valores que ella predica sirvan como elemento cohesionador de masas. Y para ambas partes el armario de valores de la sociedad venezolana le son adversos.

Por quince años los valores burgueses, largamente compartidos por ricos y pobres de este país, se han opuesto al proyecto bolivariano. A pesar del esfuerzo de la revolución bolivariana que, como la revolución francesa, se propuso borrar los valores que sostenían el sistema que se planteaba suceder y para ello adoptó como bandera derribar lo que denominó los antivalores de la burguesía (algunas veces tildada de oligarquía, como si de sinónimos se tratara); estos valores no han sido borrados del todo y siguen siendo compartidos por un importante sector de la población proveniente de los más variados estratos sociales. Durante este mismo tiempo, la otrora clase dominante, hoy desplazada y en pugna con la revolución bolivariana, respondió vociferando una pretendida pérdida de valores como si los valores pudieran extraerse de un recipiente que ahora se encuentra medio lleno o medio vacío; desconociendo el hecho de que esos valores han sido sustituidos por otros que ella como clase no comparte, pero que no por ello puede ignorar.

Lo anterior ha resultado en la destrucción del sistema de valores que fungía como elemento o material de enlace de todos los estratos sociales durante la cuarta República y nos coloca en una situación que debería obligar a los dirigentes de una y otra parte al entendimiento. Si la sociedad no comparte valores no puede cimentarse y aunque conviva en el mismo territorio en vez de acortarse distancias se profundizarán las diferencias.

Si los discursos de unos y de otros se continúan sustentando en valores antagónicos que convocan a una u otra parte de la población no se avizora un final, sólo la profundización de las diferencias y rivalidades. En ese escenario, todo lo que uno gana el otro lo pierde y el fin se convertirá en el veneno que impedirá la cicatrización y en el fantasma que reiniciará todo nuevamente.