Panteón Nacional, símbolo del personalismo

Panteón Nacional, símbolo del personalismo

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Estudio histórico de la restauración en el Panteón Nacional

“Además, dista mucho de que los hechos descritos en la historia sean la pintura exacta de los hechos mismos tal como han ocurrido. Éstos cambian de forma en la cabeza del historiador, se amoldan a sus intereses y adquieren el tinte de sus prejuicios.”

Emilio - J.J. Rousseau

Es inevitable convertir en una historia personalista una historia del Panteón Nacional, no importa el aspecto histórico que se quiera revisar. La concepción misma de este edificio está construida sobre individuos de heroicas gestas no sobre multitudes, pueblos o naciones. De esto se han percatado algunos personajes a lo largo de nuestra historia, aprovechando este fantasma del individualismo para poder legitimar sus planes y proyectos. No sólo podemos hablar de políticos, sin duda cuando se habla de obras públicas hay que integrar al otro de la relación, más allá de la institución, el arquitecto, el ingeniero.

Este trabajo pretende ser un brevísimo recorrido por las intervenciones a las que ha sido sometido el Panteón Nacional, desde sus inicios como ermita hasta el presente, optimizando esta revisión historiográfica de la historia y teoría de la restauración desde la óptica del poder político de una obra pública en un país de destrucción como lo catalogaba Cabrujas. Por eso, como se indicó anteriormente, debemos revisar no sólo el edificio y sus cambios sino los personajes que han intervenido activamente en distintos papeles de las distintas obras.

Juan Domingo del Sacramento Infante es quién da vida a la iglesia de la Santísima Trinidad. Es un alarife pardo del siglo XVIII, que desde una vida piadosa como laico comprometido desea dar construcción a un templo que refleje su fe en la figura misteriosa del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Comienza los movimientos burocráticos, consigue terrenos que se le adjudican al Padre de Simón Bolívar quien era también devoto de la Trinidad, y le sobrevienen años de duro trabajo. Muere y es sepultado en su obra, que aún en 1780 no está terminada. Lo estaría un año después.

Seguramente una obra de pequeñas proporciones, presumiblemente de planta basilical como tantas en la ciudad, se encuentra en una situación ventajosa. Alejada del centro, cerca del río Catuche sobre una planicie ligeramente elevada dominando la baja escala de la Caracas del momento. Seguramente por esta ubicación más cercana al Camino Real que a la ciudad, pudo haber sido escogida para que en 1842 las cenizas del Libertador Simón Bolívar descansasen una noche de un cortejo multitudinario que había partido de La Guaira luego de su repatriación desde Santa Marta por vía marítima hasta el puerto de la capital.

Dibujo de Ferdinand Bellermann de las ruinas de la iglesia de la Santísima Trinidad en Caracas

De ella y su composición no se tienen más datos específicos, la única imagen que nos habla de lo que podría ser su imagen original es un grabado de Ferdinand Bellermann. En su estadía a mediados del siglo XIX en Venezuela, trabajando como dibujante de Alexander von Humboldt, retrató a la iglesia de la Santísima Trinidad en 1842 durante los preparativos de la llegada de las cenizas del Libertador. Seriamente en ruinas. Sería imposible entonces poder rescatar esa imagen original como la imagen verdadera de este edificio.

Y en este punto muerto de la crónica de la Iglesia de la Santísima Trinidad llega la figura del general Antonio Guzmán Blanco. Un hombre ávido tanto de poder como de belleza, comparte con su padre Antonio Leocadio Guzmán un interés exacerbado, por las nuevas corrientes históricas del siglo XIX y los recurrentes conflictos bélicos en el país, en la figura de Bolívar. A esto se le une el deseo de Guzmán no sólo de repetir las hazañas políticas, militares o intelectuales de Europa sino también el de expresarlas en la ciudad. Los procesos urbanos que se dan en la París de Hausmann son de vital conocimiento para entender los actos intervenidos de las obras públicas de Guzmán Blanco.

Postal Teatro Municipal / Òpera de Garnier

Este presidente, sin duda, dejó percollar a lo ancho y largo de todas las obras públicas que se dieron en sus mandatos (y en los de algunos otros) sus concepciones, líneas e intenciones del proyecto de nación que deseaba. Conceptos que aún para nosotros hoy son bastante borrosos, se confunden y se confundirán con el personaje que los promulga. Un ejemplo que peca de claro es lo que parafraseo de la entrada de Leszek Zawisza en el Diccionario de la Historia de Venezuela de la fundación Polar, Guzmán Blanco fue el primer mandatario que tomaría las obras públicas edificadas bajos sus órdenes como principal legitimación de su poder e integridad política. Sería el primero en darse cuenta de esta herramienta, o el primero en usarla con cierto éxito (o cierto descaro), pero en nuestra historia no sería el último.

Panteón Nacional, 1974

En el año de 1874 se da un avance en la institucionalización de los proyectos de infraestructura en el país: se crea el Ministerio de Obras Públicas (MOP). Los proyectos antes se canalizaban mediante el despacho de relaciones interiores o por el Ministerio de Fomento (1867). Ese mismo año, Guzmán Blanco decreta el edificio de una iglesia católica como Panteón Nacional. Para esa fecha existía un proyecto anterior medio engavetado y medio en obra de José Gregorio Solano (de quien no tenemos datos biográficos). Éste se retoma por la nuevísima élite intelectual del MOP.

Panteón Nacional, 1874

Ahora surge como mero cuestionamiento personal, que pongamos sobre la mesa el hecho que, al ser decretado este lugar, este edificio como Panteón Nacional no cambia y ni siquiera el proyecto que venía en obra se paraliza. Guzmán Blanco con su interés personal y político en Francia, estaría al tanto de la conversión de la iglesia de Santa Genoveva en Panteón de Hombres Ilustres durante los tiempos de la revolución en 1791. En este caso se hicieron restructuraciones a cargo de hombres como Quatremere De Quincy, especialista en historia y teoría del arte, en una iglesia. Hubo una readecuación de uso e intervenciones para acondicionar este nuevo uso y crear un símbolo de la República.

Panteón Nacional, 1874

En el caso de la iglesia de la Santísima Trinidad, no se hizo ningún cambio. Más allá del encargo a distintos ingenieros de la supervisión de la obra como Roberto García y Juan Hurtado Manrique. A pesar que una readecuación estaba en marcha y una serie de nuevos valores comenzarían a solaparse en esta edificación, la escala y estilo se conservarían. Una iglesia de medianas proporciones con tres naves y techos a dos aguas, pero esta vez con una fachada planteada como neo-gótica que escondía de alguna manera ese pasado colonial. Ya el templo no era religioso, pero mantenía el lenguaje que para ese momento se asociaba directamente con la Iglesia, el gótico.

Mientras, el espacio sagrado cambiaría de norma. Ya no sería dedicado a Dios, a Cristo o a la Santísima Trinidad el altar mayor, es ahora dedicado al Padre de la Patria. Un templo laico a las proezas militares y políticas de un hombre. Pero no era ni sería Bolívar el único, están también “los Próceres de la Independencia y de los Hombres Eminentes que designe la cámara del Senado a propuesta del Presidente de la República” y ni hablar de los que ya estaban ahí, tan disímiles como el marqués del Toro Francisco Rodríguez del Toro o Ezequiel Zamora.

Panteón Nacional

En 1876, se dicta una lista de los personajes cuyos restos mortales deberían entrar a este recinto, para los cuales se llevarían a cabo sendas pompas fúnebres. Mientras que el 27 de Marzo de 1874, se decretaba que “los restos depositados hasta hoy en la Iglesia de la Trinidad serán trasladados a los cementerios públicos, exceptuando únicamente aquellos que a juicio del Ejecutivo Nacional tengan derecho a permanecer”.

Cabe recordar que con Guzmán Blanco se dieron una serie de reformas higienistas. Con un nuevo Reglamento de Cementerios, se prohibía sepultar en recintos religiosos. Cuando desde la colonia, los cementerios integrados a iglesias y hospitales y el interior de las iglesias eran los sitios usuales y deseados de enterramiento. Ahora, se habla de exhumar restos de sus sagradas sepulturas y depositarlos en un recinto que solía ser una iglesia, pero que ya no lo es.

Ya aquí tenemos la primera intervención de peso sobre esta edificación, una readecuación de uso que mantuvo la tipología religiosa para un templo laico de veneración historicista de personajes que compartieron su destino en una formación de una nación que para finales del siglo XIX todavía estaba en consolidación. La idea de nación se estaba gestando mientras el positivismo se propagaba en Europa. Es un concepto cambiante, que en ese momento respondía a los requerimientos de un personaje.

Antonio Guzmán Blanco sentaría precedentes en muchos aspectos de la vida del país. Las renovaciones urbanas y mucho de la táctica política influirían de manera irreversible en la sociedad. Cuando ya entrado el siglo XX, son tiempos de otro personaje. Cuando el progreso es un dictamen político, más que una apariencia.

Curiosamente, el ingeniero-arquitecto de la Universidad Central de Venezuela y la Academia de Bellas Artes, Alejandro Chataing gana el concurso propuesto para una renovación del Panteón Nacional durante el gobierno de Juan Vicente Gómez. Los cambios de esta reforma son en su mayoría una limpieza estilística, el edificio mantendrá su distribución de iglesia neo-gótica pero ahora se vería liberado de algunos elementos, cambiando también vanos de vitrales y agregando minuciosidad en torres y frontis. Chataing como eclecticista que es, sigue manteniendo el estilo asociado con la religión.

Panteón Nacional, 1911

No mucho tiempo después, el gobierno de Gómez continúa con su utilización del Panteón Nacional y la figura de Bolívar como una herramienta para legitimar su proyecto de corte caudillista y militar aprovechando una fecha que era inevitable no celebrar, el centenario del nacimiento de Simón Bolívar. Esta vez el Ministerio de Obras Públicas contrata por concurso a un extranjero, un arquitecto vasco que llegó al país contratado para correr unas reformas en el gran hotel de la capital, el Majestic. Manuel Mujica Millán, tendría esta vez la libertad de hacer algo fastuoso. Se prepara entre 1929 y 1930 una nueva intervención.

Panteón Nacional, Post 1911

Lo más interesante de esta intervención es que teniendo la oportunidad de hacer una liberación total de todo lo antiguo se hace solamente una liberación de algunos elementos en fachada, siendo la propuesta un parapeto que se adosa elegantemente a la estructura de la iglesia de la Trinidad. Por supuesto, esta nueva estructura tan respetuosa estructuralmente a la anterior, mantiene la distribución y forma interna de los vanos tanto de puertas como vitrales y su esquema de tres naves. Según proyecto, son tres torres de concreto armado, una central de 48 m de alto y dos secundarias que siguen el esquema anterior.

Superposición de la reconstrucción

Es un proyecto conservador si seguimos con el ojo puesto en la tipología del edificio, se mantiene el esquema clerical. El cambio radical que rompe con todo lo establecido en el tema de estética arquitectónica hasta el momento, es el nuevo estilo que está afianzando Mujica Millán desde su llegada al país. Algunos lo denominan de neo-barroco, otros de neo-colonial, pero para todos hoy es familiar por el trabajo que tuvo el graduado en el Colegio Superior de Cataluña y Baleares en nuestra ciudad capital y en la ciudad de Mérida, donde renueva el casco histórico que es tan célebre entre los turistas.

Panteón Nacional, 1930

Los tiempos de grandes renovaciones en el edificio del Panteón Nacional terminarían con ésta. Es casi un hecho que la imagen de esta edificación responde a esta última fachada neo-colonial, que se repite en forma casi análoga en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen en la urbanización moderna de Campo Alegre. El valor de esa fachada en el tiempo del centenario, muy seguramente sería de novedad, una valoración contemporánea de la estética, era la nueva moda, asociada con el progreso y la modernidad. Ya para el hoy, es una fachada que responde a un valor más que rememorativo de un proceso de modernización es un valor de antigüedad por el contenido del edificio. Aunque si vamos al caso, la ciudad olvida.

Superposición de la reconstrucción

Algo que no se salvaría de nuevas reestructuraciones sería su contexto, tanto la plaza que sirve de antesala al edificio como el urbano. Haremos un breve corolario de lo propuesto anteriormente con nuestra óptica en este espacio. El edificio primario estuvo por mucho tiempo aislado de la ciudad, que lo alcanzaría inevitablemente en los siglos venideros. Las imágenes que se mantienen del ya edificio neogótico, muestran un contexto de casas pequeñas que se mantendría otro siglo.

Contexto urbano del Panteón Nacional, primera mitad del S.XX

La plaza en esos tiempos existía, en una escala referente al edificio con una vegetación profusa, poseía árboles autóctonos de distintas partes del país. Éste sería renovado con Manuel Mujica Millán con otra distribución y un nuevo pórtico de entrada y escalinatas, se estaba monumentalizando al Panteón Nacional. Luego, se le daría la estocada final.

Es 1987 cuando Tomás Sanabria plantea el Foro Libertador y la Biblioteca Nacional. La pequeña plaza vecinal crece exponencialmente a una plaza civil, un espacio pensado no solamente desde el brutalismo y la monumentalidad de la postmodernidad, el modernismo venezolano de pequeña escala y presupuesto había pasado, ahora la monumentalidad se expresa en una plaza destinada completamente a ceremoniales de estado. Un foro, una platea para ver a otros más que para vivirla. La vegetación acogedora se desaparece, parte del contexto se arrasa y es devorado por una gran estructura que por sí sola más que monumental es apabullante. Claro, un documento histórico de su tiempo.

Proyecto Foro Libertador

En 2013, un último movimiento monumental busca establecer una obra como portada a lo que es un nuevo proyecto político con la utilización de los valores que permanentemente habían rondado el recinto. Se usa el poder de uno, del Libertador, para proponer algo que no es nuevo, un proyecto de Mausoleo. Con éste además de un total cambio en el contexto se baña a una estructura que, posiblemente por sí sola, no respondería a ningún valor. Ni siquiera contemporáneo. Se hace un monumento intencionado. Se hace una total liberación del contexto cercano, planteando un vacío nunca antes visto en este contexto.

El irrespeto en tiempos contemporáneos por el contexto y por el valor de antigüedad de un lugar histórico responde a una total, no ignorancia, sino menosprecio a los estudios sobre la importancia del contexto de los monumentos históricos. Planteamientos modernos, que parecen lejanos en esta sociedad por ser en una escala de valores inferiores al valor del personalismo y el valor del poder. Así, se han conjugado por años distintas intervenciones en el Panteón Nacional, ninguna responde a restauraciones o valoración del patrimonio, mientras que todas responden a una readecuación perenne de los valores históricos y simbólicos según un personalismo ávido de poder político.

REFERENCIAS

Diccionario de la Historia de Venezuela, Fundación Polar.

Material Dirección General del Ceremonial y Acervo Histórico

Anexos: Decretos de 1874 y 1876.

García Salas, José Ramón Héroes de mi Patria. Iglesia de la Santísima Trinidad de Caracas. Panteón Nacional (2013)